martes, 5 de febrero de 2013

Historias al calor de un café (III)


Clara conoció al amor de su vida cuando tan solo era una niña y desde entonces siempre le había amado y encontrado en él el apoyo, la fuerza y la alegría para seguir adelante. Pero su amado tenía una particularidad, se trataba de una ciudad, Roma.
La vio por primera vez cuando tan solo tenía 7 años en un viaje con sus padres y a pesar de adorar Madrid, la ciudad donde vivía, se quedo fascinada por su encanto, no sabría explicar que fue, pero quedó atada para siempre a la Ciudad Eterna. Desde ese momento se volcó de una manera casi obsesiva a estudiar todo en torno a ella, su historia, sus calles, sus edificios, todo lo que tuviera alguna relación le fascinaba.
Fueron pasando los años y volvió todas las veces que pudo, un par de veces más con sus padres de regalo por sus graduaciones en el instituto, con sus amigas de la universidad antes de licenciarse en periodismo y hace un año con su antiguo novio.
Sin embargo las razones por las que volvía ahora eran diferentes. Con 27 años acababa de encontrarse en cuestión de dos meses sin trabajo en el pequeño periódico que trabajaba y rompiendo con su novio después de 5 años de reacción. Sentía que todo su mundo se venía encima y no podía hacer nada por evitarlo, así que decidió tirar de sus ahorros e ir a pasar una semana con su amor, con quien siempre encontró consuelo.
Llegó por la tarde a su hotel, a las orillas del Tiber y sin esperar un minuto salió a pasear. Pronto calló la noche y decidió volver andando junto al río. Tras unos minutos decidió pararse en el Ponte San´t Angelo a contemplar el río y la ciudad que se extendía junto a el. En ese momento notó una enorme paz en su interior, sensación que hacía mucho que había perdido y que creía irrecuperable. Cerró los ojos y disfruto del momento, sintiendo cada bocanada de aire como la más deliciosa de su vida. Finalmente abrió los ojos, y de nuevo la hermosa postal ante sus ojos, pero algo llamo su atención, había aparecido a escasos metros un joven que la miraba, calculaba que tendría su edad. Le resulto increiblemente atractivo, con ojos oscuros, pelo negro y barba de unos días que marcaba aun más las facciones de su rostro. No pudo dejar de mirarle unos segundos, hasta que él, se acerco hacía ella con la mayor de las naturalidades. Se presento, y en breves instantes comenzó a hablar con ella, que por supuesto había aprendido perfectamente el italiano, sobre la belleza de la ciudad.
Como si ya se conocieran de mucho antes comenzaron a andar juntos hablando sobre la ciudad, su historia, sus anécdotas, y aunque Clara se consideraba una experta en el tema sentía que no podría sorprender a su compañero en el tema, el cual parecía dominar completamente. Así pasaron las horas y solo el cansancio del viaje la hizo marcharse al hotel, pero con la promesa de volver a encontrarse a la noche siguiente en el mismo lugar.
Y de esta manera fueron llegando los días siguientes, en los que siempre se repetía la misma liturgia. El encuentro en el puente, el paseo nocturno y las interminables conversaciones sobre todos los temas imaginables, historia, política, geografía, costumbres, periodismo... Clara apenas podía creer lo que le ocurría, con él la ciudad aun podía ser mejor y parecía conocer cada rincón de la misma, descubriéndole cosas que desconocía, penetrando en cada recobeco del alma de Roma.
Parecía saber de todos los temas y en el latía la vigorosidad de la juventud y la sabiduría de la vejez a partes iguales.
Finalmente llego la última noche, no había querido pensar en la despedida, pero ahora que no había forma de escapar de ella se sentía profundamente mal. Se arregló mas que ningún día y salió al encuentro de su misterioso compañero. Él la esperaba en el puente como cada noche, pero esta vez no la saludo con dos besos como siempre, sino que la beso directamente en la boca, en un beso que pareció hacerse eterno entre ambos. Todo lo que había tratado de contener los días anteriores en su anterior explotó finalmente y tras el primer beso le arrastro hasta su hotel parándose en cada esquina a besarle como si fuera a escapar de su mano. Al llegar a su hotel hicieron el amor, pasaron la noche juntos, charlando como los días anteriores pero en la calidez de la habitación y de sus cuerpos desnudos abrazados.
Los primero rayos de sol entraron impertinentemente por la ventana creando la sensación de romper el encanto en que estaban. Ella se levantó y fue hacia la ventana, miro el Tiber. Una lagrima acudió a sus ojos y detrás de ella muchas más. Aquella había sido la noche mas mágica de su vida, y cada día de aquella semana no se podía comparar a nada de lo anterior, y ahora todo se acababa, debía volver a la realidad y quizás no ver jamas a ese hombre en el que había encontrado todo lo que buscaba. La rabia y la pena vinieron a rebelarse contra la situación, al tiempo que una pregunta acudía a su boca. Se volvió hacia él y con los ojos arrasados en lagrimas preguntó:
¿Quien eres? Dime ¿de donde has salido? Solo se que en esta semana he sido mas feliz a tu lado de lo que lo he sido en mi vida, me has dado todo lo que podía esperar, pero ni siquiera se nada de ti y dentro de unas horas salé mi avión alejándome de todo esto que he vivido a tu lado.
Él la miro con sus ojos negros y en su labios se dibujo una sonrisa antes de contestar:
¿Aun no lo sabes? Yo soy Romulo y Remo bajando por el Tiber, soy el Senado, soy Julio Cesar muriendo apuñalado junto a la estatua de Pompeyo y soy Bruto clavando el puñal, soy un Emperador entrando triunfante y un ciudadano aplaudiendo, soy un legionario, un gladiador muriendo en la arena, un sacerdote, soy San Pedro crucificado boca abajo, soy un Imperio que cae y un guerrero bárbaro vencedor, soy Carlomagno coronado y Carlos V entrando a saco en la ciudad, soy un Papa constructor y Miguel Angel pintando la capilla Sixtina, soy Garibaldi uniendo Italia y un judío sufriendo la persecución fascista. Soy un partisano liberando la ciudad y un joven indignado clamando justicia. Soy Roma
Entonces ella, con el rostro tranquilo miró sus inescrutables ojos negros y lo comprendió todo, al tiempo que la potente luz del nuevo día inundaba la habitación.

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