lunes, 20 de febrero de 2012

Historias al calor de un café (I).

Año 1844.
Friedrich pasea por las mojadas calles de Londres, sin rumbo, avanza como un autómata con la cabeza puesta lejos de todo el mundo que se sitúa ante sus ojos.
Había salido de casa aquella mañana lleno de ilusión, sentía que podría ser el principio de un futuro brillante. Al fin había recibido el recado de la editorial donde hace un mes dejó su obra, un ensayo sobre la sociedad inglesa que le había llevado meses preparar y sobre la que había puesto todas sus esperanzas, ahora nada podía fallar, además iba recomendado por amigos de su padre.
Se presento en el despacho del director con su mejor traje y con la mayor de las convicciones en el éxito, a pesar de los nervios que le atenazaban. Pero toda su seguridad se fue viniendo abajo a medida que avanzaba un discurso lleno de alabanzas que auguraban un fatal “pero” que no tardo en llegar.
  • Lo siento mucho, es una gran obra, pero hemos decidido no publicarla. Es usted demasiado crítico y no va a gustar, no nos podemos exponer con algo así y dudo que cualquier editorial importante esté dispuesta a hacerlo. Lo lamento.
No pudo decir nada después de aquello, tan solo salió cabizbajo y comenzó a andar pensando en que había podido pasar, como todos sus sueños se habían esfumado, todo el esfuerzo de tantos meses perdido. Ahora se echa en cara su exceso de confianza, al fin y al cabo quizá su obra no sea tan buena.
Pero no solo soñaba con publicar una obra de gran rigor y reconocimiento de la crítica, su idea era ir mas allá, su ensayo sería tan solo el comienzo de una espectacular carrera que le llevaría a ser mundialmente conocido, cambiaría el mundo con sus ideas. Todo eso ya solo parece una broma de mal gusto, se irrita con su ingenuidad, a partir de ahora deberá centrarse en seguir atendiendo los negocios de su padre y ya esta, ser uno más, se acabaron los sueños.
De repente repara en que sus azarosos pasos le han llevado hasta el Museo Británico, en cuya bliblioteca ha pasado horas trabajando, parece que el destino quiere burlarse de el y seguir recordándole el fracaso de su exceso de vanidad.
Trata de alejar estos pensamientos y recuerda que no ha comido nada en todo el día, por lo que decide entrar en una cafetería cercana al museo donde sirven una tarta de queso excelente y piensa que tal vez así se anime.
Se sienta junto a la ventana y pide una taza de té y un trozo de tarta. Comienza a degustarlo, pero después de un rato se le corta el hambre, de nuevo todos los pensamientos anteriores vuelven a su cabeza y esta vez con mayor virulencia. Se siente un fracasado, un don nadie condenado a pasar una existencia vacía y gris. Sin apenas darse cuenta se sorprende a si mismo llorando como un niño, se avergüenza, la gente le mira, pero tampoco puede parar.
Está apunto de levantarse cuando de pronto un desconocido se sienta a su lado. Le mira conmovido y le ofrece un pañuelo. Aunque extrañado lo acepta y consigue calmarse un poco.
  • ¿Un mal día, no? No se preocupe, todos lo tenemos. - Dice el desconocido.
Al fin vuelve a la realidad y se fija en que la cara de su acompañante le resulta familiar y de pronto cae en la cuenta de que le ha visto en numerosas ocasiones en la biblioteca del museo, aunque jamás ha cruzado palabra con el. Se siente reconfortado por la compañía por lo que empieza a hablar con el y en poco tiempo se suelta a contarle todo lo sucedido.
  • No se desanime por algo así, le he visto trabajar en la biblioteca poniendo todo el alma en su obra, no pierda la esperanza, en otro sitio valorarán su labor.
  • Si, supongo. Aunque le parezca pueril soñaba con llegar a escribir algo que cambiara el mundo de alguna manera, no debí apuntar tan alto. - Contesta Friedrich recordando de nuevo con cierto pesar el acontecimiento.
  • Quien sabe, quizá lo haga. Yo pienso como usted y también ando trabajando en algo en lo que tengo puestas bastantes esperanzas. Pero que le parece si cambiamos de bar y me comenta algo más de su obra.
  • Si, me parece bien, este sitio no me trae buenos recuerdos. Por cierto, perdón por mi desconsideración, ni siquiera me he presentado, me llamo Friedrich, Friedrich Engels.
  • Encantado, yo me llamo Karl.

2 comentarios:

  1. ¡Muy bueno!!!

    Me ha encantado, Jesús!

    ¡Gracias,

    Josep

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  2. Muchas gracias Josep, es un honor tu comentario para un estudiante de Psicologia.

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